Friday, September 15, 2006

TUMBALATAS


La intranquila mirada de Mares me buscaba desde su carpeta de madera, mientras el profesor Barrón, escribía en la pizarra problemas matemáticos que hasta ahora, 30 años después, no logro solucionar. Al encontrarse nuestras pupilas, Mares me desafió una vez más levantando un borrador de tinta con la mano izquierda, y amenazando con arrojármela. No era necesario que me lo dijera, quería ganarme al tumbalatas para ser el campeón indiscutible, casi siempre empatábamos o alguien se picaba. Tal vez Mares estaba pensando - “ Ahora no te vas a poner a lloriquear Tortuga” - yo por si acaso le hice una seña - “Calla ñoco”- le respondí en voz baja para no hacer tanta bulla, pero a Darío y a Roca no les interesó hablar en señas y con un - “¡Uyyyyuyuy car’e cuy!”- en constante coro, echaron más leña al fuego rompiendo la tranquilidad del salón. En ese instante, el profe Barrón volteó hacia nosotros atraído por el rítmico murmullo, y descubrió nuestros gestos obscenos.

Otra vez nos quedamos castigados barriendo todo el patio sin pronunciar palabra y bajo la supervisión del Hermano Claudio, que sentado en su vieja silla, nos repetía hasta la saciedad como ser un buen alumno marista.

Mares y yo salimos del colegio una hora después que los demás. Traspasar las puertas significaba encontrarse de lleno con el malecón de Huacho, su puerto, su playa, y nuestra libertad. Abajo, en el pequeño pantano cerca de la playa, nos esperaban Darío y Roca con las latas de leche que recogieron por los pampones, el sol de primavera que ya quemaba, y mi perro Máuser mordiendo las olas del mar embravecido. Bajamos corriendo las escaleras del malecón cantando canciones de Los Iracundos y Nino Bravo, mientras el viento traía consigo el aroma de las plantas enredaderas que crecían en el acantilado, regadas por filtros de agua que formaban chorrillos sinuosos que acompañaban nuestra carrera hacia la playa. – “ Por fin llegaron las madres. Nosotros fuimos a almorzar y regresamos” - Nos recibió Darío mientras eructaba fuerte. – “¡Llegó Ultramán a sacarles su mierda!” - Le respondió Mares haciéndole una llave en el cuello. – “Uyuyuy qué miedo” - Provocó Roca haciendo temblar sus manos como los monstruos enemigos del capitán Ultra. Tomé la primera piedra que encontré en el suelo y la lancé con furia hacia las latas que esperaban colocadas sobre las peñas de siempre. Mares soltó a Darío que ya tenía un color azulado en las pecas, y se rió de mí por haber tumbado solo dos de las seis latas. Era imperdonable entre nosotros derribar menos de tres con el primer tiro.

Ese día competimos toda la tarde. Darío y Roca siempre perdían. Los mejores tiradores, los más punteros, éramos siempre Mares y yo. El triunfo iba de un lado a otro, mientras que los perdedores se dedicaban a molestar y burlarse de todo. De pronto, cayó la última lata y la piedra no la lanzaron mis manos. Una vez más Mares ganó dos veces consecutivas.- ¡Yeee! ¡Señoras y señores otra vez “Ultramán” gana en tumbalatas sacándole la mierda al “Tortuga” que queda segundo como siempre! Eso era insoportable, hasta ahora me molesta cuando lo recuerdo. Darío y Roca festejaban el triunfo de Mares como si hubiesen apostado por él, me sentí traicionado, avergonzado. Máuser me miraba sin “pronunciar” ladrido, hasta que entendí sus pensamientos. – “¡No fastidies Mares!” – grité. Los tres me miraron en silencio un segundo, antes de ponerse a cantar y bailar a mi alrededor - “No llores, no llores, mariposa de cartón, las penas del alma hacen mal al corazón” - canturreaban los payasos, mientras odiaba a Los Iracundos en ese instante - “¡Con estos sonsonazos no se puede jugar tranquilo!” - callaron – “Tenemos que ganar tres veces seguidas para tenerr un verdadero campeón” – planteé como única esperanza de reinvindicación. Mares se mantuvo en silencio mirándome fijamente, Darío y Roca esperaban la respuesta con no menos ansiedad que yo, para ellos nuestro enfrentamiento era un divertido espectáculo. Finalmente Mares aceptó y entonces encontramos un nuevo y más lejano punto que tumbar y competimos otra vez. Yo tenía que ser el ganador absoluto. El campeón.

Las piedras surcaban el viento que las desviaba con más fuerza cada vez, dificultando terriblemente acertarle a las malditas latas. Máuser se estaba cansando de traer de regreso las piedras que yo lanzaba. Mares y yo también nos cansamos, el sol se sumergía en el encrespado mar pintando las bolicheras de un agresivo naranja, y ninguno logró tumbar las últimas latas. La brisa del atardecer enfriaba todo, y el hambre advirtió del fuerte castigo que nos esperaba por llegar tarde a casa. Acordamos nuestro encuentro a la salida del lunes, para definir de una vez por todas, quién sería el campeón de tumbalatas.

Ese fin de semana casi no pude dormir. Esta era mi oportunidad de ganarle claramente, por mucho tiempo acepté tener menos puntería que Mares, pero en los últimos días la había afinado, y ya le hacía una competencia pareja. Pero quería ser el mejor y luego contarlo y demostrárselo a todo el salón. No podía dejar pasar esta oportunidad. Abracé a Máuser y le hice una promesa - “Te lo juro por Dios Máuser, el lunes le voy a ganar a Mares, tengo mejor puntería que cualquiera en el tercero A. No juego pelota como Alarcón, ni saco buenas notas como el chino Momi, pero soy el más puntero del salón. Voy a entrenar sábado y domingo, Máuser. Por la culpa de ese huevón no voy a ir al cumpleaños de Jenny, ni el domingo a la matiné con los patas del barrio, por su culpa ni siquiera voy a hacer las tareas. El lunes le voy a ganar y se va a quedar calladito el conchasumadre. Y lo voy a hacer yo solo Máuser, sin rezarle a Marcelino Champagnat, porque eso sería hacer trampa.”

Para el lunes ya estaba listo, había logrado tumbar las más lejanas y escondidas latas que encontré entre acantilados y pampones que exploré con Máuser. Pasamos al salón después de cantar el himno y rezar el padre nuestro. No vi a Mares en el patio ni en el salón, por un instante creí que se había rendido asumiendo mi superioridad. Pero no, debíamos competir, debía demostrarle que yo tenía la mejor puntería del salón. Mares no llegó nunca, el Hermano Director interrumpió la clase para comunicarnos la tragedia; Mares murió al caer de su azotea, aparentemente, se encontraba jugando con unas latas.

Esa tarde en el velorio, lloraba de cólera y odio hacia Mares por haberse muerto antes de nuestra competencia. Las latas esperaron en el acantilado junto a Máuser y las mejores piedras que encontró frente al mar.A la semana siguiente, me retaron para intentar quitarme el puesto de campeón.



A Juan Carlos Mares Sánchez, el campeón de 1973.
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