Monday, February 27, 2006

TRIBULACIONES DE UN REPRIMIDO

Sólo faltaban tres cuadras para llegar al pequeño teatro, su caminar pausado contrarrestaba los deseos de llegar pronto. Sus pensamientos adelantaban los pasos para acortar la distancia y retrocedían en el tiempo para alargar su vida. Recordaba la noche en que llegó por primera vez a aquél teatro, atraído por la simple curiosidad de ver representada por actores nuevos, una obra contemporánea distinguida en un país lejano y muy diferente al suyo. Recordó cómo los actores fueron encarnando con mucho esfuerzo a sus personajes, evocó también el instante en que ella ingresó a escena y revivió todo el placer que sintió al verla.

Se detuvo un poco antes de llegar al borde de la vereda y esperó a que pasaran el par de automóviles, para luego atravesar la angosta pista. Algunos peatones cruzaron antes que los autos, sin importarles por qué aquel joven se detuvo con anterioridad. Volvió a adelantar sus pasos e involucionar en el tiempo. La recordó de pie en el escenario, y como la deseó de inmediato, era diferente a las demás actrices, distinta a todo lo que la circundaba. Volvió a verla tras de sus ojos, corriendo descalza sobre las tablas, echada sobre la cama, subiendo y bajando las escaleras, hablando y gritando, riendo y llorando, vivía su personaje. Era toda vida con o sin personaje.

Evocó su frágil figura, los cabellos lacios, largos y castaños, cayendo suavemente sobre sus hombros pequeños después de acariciar su rostro pálido; sus inmensos ojos oscuros que transmitían una mirada indescifrable, ojos apoyados en sombras igualmente grandes, recordó su nariz, pequeña y recta nariz, siempre señalando agresiva... y esos labios carnosos, ligeramente entreabiertos, como dispuestos a devorar la boca que cruzare ante ella. Siguió rozando con sus evocaciones el cuerpo de aquella chica; sus redondos y modestos senos de apariencia adolescente, la curva de su cintura y caderas hasta llegar a sus rosas y contorneadas piernas que acarició suavemente en intemperantes miradas.

Las ganas de fumar un cigarrillo se apoderaron de él. Aminoró el paso para buscar el solitario vicio en todos los bolsillos del saco, mientras crecía su ansiedad. Al encontrarlo suspiró de alivio. Prendió el cigarrillo luego de luchar con su gastado encendedor. Un vendedor ambulante le ofreció uno nuevo, pero él no le hizo caso y siguió su camino.

Cruzó otra pista y sus recuerdos subieron a la vereda de enfrente antes que él llegara. Aspiró profundamente el humo y expelió una placentera bocanada, acentuando su gozo con las reminiscencias de aquel par de horas en que observó a aquella preciosa chica de mirada indescifrable. Calculó que su edad no pasaría de los veinticuatro o veinticinco años, en realidad la edad no importaba, tampoco su nombre, que leyó en el afiche que no compró. Sólo le importaba perpetuar su imagen de joven despreocupada, tal vez con cierto tufillo a marihuana; pituca clasemediera o producto de la burguesía, como diría su profesor de materialismo dialéctico, el mismo que citaba a Lenin para decir que lo mejor de la burguesía son sus mujeres. Sonriendo por mezclarla con los recuerdos de la universidad, dio una última pitada al cigarrillo, lo botó a la acera sin pisarlo y continuó su camino. Mientras un orate de la calle, recogió el pucho y se sentó a disfrutarlo.

Llegó al pequeño teatro diez pasos luego de sus pensamientos, mientras sacaba el dinero y el carnet universitario para adquirir su media entrada, su mirada recorría tranquilamente el hall, el patiecito y la cafetería, sin translucir la búsqueda desesperada por encontrar a la chica que atribulaba sus pensamientos. La halló sentada tomando un café junto a otra joven parecida a ella, con ese aire a hippie de boutique y conversando en voz muy alta y gesticulando exagerada, como siempre lo hacen los actores cuando están reunidos. La mujer de la boletería le entregó su media entrada de mala gana, él tomo el boleto y lo guardó en el bolsillo de su camisa blanca y arrugada. Aprovechó para sacar otro cigarrillo y prenderlo después de pelear con el encendedor durante un rato. Al aspirar la primera bocanada de humo pensó que sería bueno fumar menos y decidió que ése sería el último cigarrillo del día. La buscó otra vez con la mirada, pero ya no estaba en la mesa de la cafetería, entonces caminó pausadamente por el patio buscándola entre la gente. Reconoció a diversos actores, artistas plásticos, conocidos de la universidad, pero no saludó a nadie y la indiferencia fue recíproca. La mayoría de la gente llegaba acompañada, ya sea en pareja o en grupos, él siempre andaba solo, sin holas, sin abrazos, sin besos. Sacudió su cabello corto y siguió disfrutando del placentero cigarrillo rubio.

Recordó el trabajo que le dio terminar sus estudios, casi a los treinta años y no a los veintitrés, como había calculado, y la flojera que le daba presentar su tesis para recibirse. Recordó las advertencias de su padre, sobre lo sacrificado que le resultaría quedarse solo en el país a la mitad de su carrera universitaria y recordó a su madre implorándole que se fuera con ellos a aquél país vecino, pero el se negó, se negó a seguir enjaulado y encadenado a sus padres sobreprotectores, se negó a seguir soportando a sus hermanos menores, la libertad lo llamaba a gritos y le esperaba con los brazos y piernas abiertas, después de todo pensó que no sería tan difícil seguir solo, obtendría un mejor trabajo, alquilaría un cuarto y su padre nunca le dejaría de enviar una pequeña suma mensual; pero en realidad no resultó tan fácil como sus proyecciones intentaron vaticinar. Mordió el cigarrillo y aspiró con fuerza, al expulsar el humo hacia delante, sus pensamientos inquietos también lo hicieron. Tal vez no sería tan difícil presentar su tesis y una vez recibido, con su título en mano, renunciaría de una vez a ese trabajo estúpido que nada tenía que ver con su profesión y conseguiría uno de acuerdo a su nivel, tendría una oficina de lujo, dos secretarias, auto del año, subiría de status y mandaría a rodar la lucha de clases y la guerra de guerrillas. Aspiró por última vez el pucho, lo tiró y esta vez lo pisó con fuerza.

Ella no actuaba esa noche, pero guiaba a los espectadores hacia sus asientos. Él se acercó a la puerta entregó su boleto, avanzó un paso y una pelirroja con rostro de manzana, le pidió por favor su número de butaca y dócilmente accedió. La mujer de sus sueños y futuras realidades pasaba por allí y la pelirroja le pidió que lo guiara. Entonces la onírica actriz penetró su mirada en la de él, hasta dañarle la nuca. Le pidió que lo siguiera, él aceptó encantado y satisfecho de que todo resultara tal como lo planificó durante esos días. Tanto tiempo esperó ansioso recibir esa mirada y tener la seguridad de que ella también recibiera la suya, esperando correspondencia en el placer del primer contacto.

Al seguirla hacia la butaca, él acariciaba con su mirada todo ese delicado cuerpo que tenía enfrente. Se atrevió a felicitarla por su anterior actuación, ella agradeció con una palabra corta, una mirada indescriptible y una excitante sonrisa. Al llegar a la butaca, el agradeció amable y ella sonrió nuevamente, pero esta vez iluminó la sala. El se sentó sin poder reaccionar ante aquella sonrisa, deseando verla nuevamente en el entreacto.

El telón no tardó en abrirse y recordó irremediablemente aquella noche en que la vio parada sobre el mismo escenario, recordó también que cumplió estoicamente su función de espectador mientras sus pensamientos rompían los lazos y esquemas establecidos del público pasivo, subió al escenario para echar fuera a todos los actores, arrojándoles por la cabeza sillas y mesas y demás utilería que encontraba sobre las tablas, luego volteó hacia la concurrencia y vomitó fuego incinerando totalmente la platea. Entre cenizas y humo, la actriz lo esperaba desnuda sobre la cama ubicada en el centro del espacio humeante, él quedó suspendido sobre ella sin rozarla y recorrió el delicioso cuerpo con su boca; los cabellos castaños, el rostro pálido, los grandes ojos oscuros, también las ojeras, y llegó a los labios rojos, húmedos y carnosos, lamiéndolos y mordiéndolos suavemente, paladeando la marihuana sin fumarla. Se deslizó hacia los suaves, redondos y pequeños senos que le inspiraban un deseo ligado a la ternura, bordeó con su lengua los rozados pezones, que se hinchaban rítmicamente al compás de sus ansiosos latidos, eran dos pequeños soles a punto de estallar y crear nuevos universos. Saludó mansamente aquél centro de gravedad, mudo recuerdo de la violenta separación materna. Siguió su recorrido y llegó a la sonriente vagina que lo esperaba. Sus manos recorrieron lo largo de sus delgadas y contorneadas piernas, paseando por el suave camino que se transforma de muslos a tobillos y viceversa.

Ella miró hacia los reflectores y las luces fueron bajando su potencia, hasta apagarse por completo, rendidas ante aquella mirada ilegible. Al oscurecer el recinto, formaron un solo cuerpo derramando gemidos por todos los rincones del teatro destruido. Su inquieta imaginación regresó al espectador pasivo sentado en su butaca.

El telón se cerró indicando la culminación del primer acto, no aplaudió, se limitó a esperar que saliera un poco de gente para luego encaminarse hacia el patio, con la parsimonia digna de un anciano presbítero. Llegó al destino trazado, su mirada atravesó los viejos anteojos con la ansiedad de la búsqueda, que culminó al encontrar a la chica acompañada de la pelirroja y la hippie de boutique. Ella le dirigió esa mirada indescifrable por un instante y de inmediato desapareció con sus amigas entre las alborotadas risas.

Igual que en el primer acto de la obra, él no pudo concentrarse en el segundo, ya que sólo pensaba en amarla desnuda sobre el escenario, como tantas veces lo había alucinado, sin luces, sin actores, sin aplausos de un público espectador, sólo la ovación interior de su ego. Se adelantó a pensar que tal vez ella se convertiría en la mujer real que acompañaría su soledad, porque la mujer de sus sueños ya lo era hacia tiempo.

Terminó la obra y apurado se dirigió al patio para encontrarla y hablar de una vez con ella, que también salía del recinto caminando sola y lentamente hacia la puerta de salida, como levitando. Él apuró el paso para abordarla afuera, tal vez le invitaría un café o un trago, y luego serían una pareja entrelazada en besos y paseando por la ciudad que compartía sus deseos durante tanto tiempo. Al salir a la calle vio a esa pareja tal como lo había imaginado, sólo que uno de los personajes no existió jamás en sus sueños ni alucinaciones, ella abrazaba y besaba a la pelirroja, la chica de rostro manzano engullía su lengua usurpando el lugar que él siempre imaginó para sí.

En aquel inaceptable instante una brillante luz esclareció toda su criatura y por fin pudo advertir y aceptar aquel presente que nunca quiso ver, aquel presente que intentó ignorar tratando de revivir muertos putrefactos y pretendiendo acariciar seres no nacidos, y se vio con su trabajo insoportable, su carrera incompleta, su familia lejana y reconoció a su soledad como única compañera.

A unos metros la pareja caminaba de la mano, ella giró su rostro pálido y dirigió hacia él la misma mirada de siempre, pero esta vez él pudo descifrarla claramente.

Fin.
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1 Comments:

Blogger victor sologuren said...

muy buenos cuentos.
congratulations
es una pena que hayan descalificado los cuentos que aqui se publican

05 January, 2010  

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